El Tango de las Ciudades


Cuando reflexionamos sobre los tiempos que nos toca vivir, viene a mi mente casi inmediatamente el famoso tango de Enrique Santos Discépolo: “Cambalache” (1935). Su lírica, más allá de estar contextualizada en la Argentina del siglo pasado, nos hace recapacitar sobre los males universales que aún nos aquejan, donde pareciera que: “Todo es igual, nada es mejor…”. El mensaje punzante de este clásico rioplatense se atenúa para quienes hemos tenido la suerte de asistir a las magistrales presentaciones del profesor sueco Hans Rosling, recientemente fallecido. Con su ingenio, pasión y magnífico sentido del humor enseñó a millones de profesionales e internautas no sólo a apreciar el poder de las estadísticas bien expuestas, sino también a develar que el proceso de desarrollo internacional, a pesar de sus numerosos traspiés y retrocesos, no ha dejado de avanzar y converger.

No todo es un cambalache, ni tampoco una escalinata ascendente. Estas fuerzas coexisten en un mundo cada vez más urbano, interconectado, vulnerable y atiborrado de incertidumbres. Unos ven a las ciudades como el epicentro de los trastornos que aquejan a las sociedades modernas. Otros, como el ámbito posible para solucionar los grandes problemas del siglo XXI. En la actualidad, casi no hay personas que no se encuentren bombardeadas por noticias vinculadas a las amenazas del calentamiento global, a una inseguridad pública creciente, a desastres naturales por doquier, junto a otro tipo de infortunios, tales como los descritos poéticamente por Discépolo. En este contexto, las buenas noticias tienen poca notoriedad, a pesar de los sorprendentes avances del siglo XX, en un derrotero que según Rosling: “Nos encamina a un mundo mucho mejor”.

Inundaciones en Haití por el Huracán Tomas.

Si bien las áreas urbanas, como entidades orgánicas, comparten estructuras similares, no son todas iguales. Nacen, florecen y decaen a diferentes ritmos y bajo distintos contextos, poseen atributos y deficiencias particulares que generan expectativas o resistencias que potencian movimientos migratorios. Se enfrentan a desafíos sociales, económicos y ambientales singulares, en gran parte no identificados a tiempo o, mejor dicho, ignorados deliberadamente frente a otras prioridades. Más allá de las circunstancias, a todas les toca bailar al compás de un intrincado tango, que se despliega con frenesí entre vulnerabilidades y la necesidad de construir resiliencia para contrarrestarlas.

Desde lo urbanístico, resiliencia se refiere a la generación de aprendizajes y capacidades que permiten a una ciudad recuperarse lo antes posible frente a disrupciones o crisis severas, causadas tanto por eventos naturales como antrópicos. Un gran avance en este sentido se dio en el año 2015 cuando, entre los 17 Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS) de las Naciones Unidas, como parte de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, el ODS 11 se focalizó exclusivamente en lograr que las ciudades se conviertan en inclusivas, seguras, resilientes y sustentables.


Una iniciativa global que apoya el logro del ODS 11 es 100 Resilient Cities, que tiene como objetivo ayudar a ciertas ciudades a identificar sus vulnerabilidades y generar las fortalezas necesarias para superar los desafíos materiales, sociales y económicos que nos plantea el siglo XXI. A fin de mensurar y comparar con mayor precisión la resiliencia de distintas urbes del mundo, se elaboró un índice denominado: City Resilience Index. Además, existen otros importantes programas de organismos multilaterales, organizaciones no gubernamentales, universidades y gobiernos. En el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), a través del Programa de Ciudades Emergentes y Sostenibles (CES) de la División de Vivienda y Desarrollo Urbano (HUD), hemos apoyado a ciudades de tamaño intermedio de América Latina y el Caribe en el diseño y ejecución de planes de sostenibilidad y resiliencia, con un enfoque integral e interdisciplinario.

Todos estos esfuerzos están orientados a generar mayor conocimiento, conciencia y acciones para mitigar potenciales situaciones críticas, a fin de proteger los bienes e infraestructuras de una ciudad, los sistemas vitales para su funcionamiento y, ante todo, a sus habitantes. Según cálculos del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD), por cada dólar invertido en la preparación para desastres, se pueden ahorrar hasta siete dólares en términos de reconstrucción y recuperación económica, sin contabilizar las invaluables vidas que también podrían salvarse.

En un planeta globalizado, aunque heterogéneo, los líderes, organizaciones y ciudadanos se están concientizando sobre la necesidad de prepararse para prevenir los cada vez más frecuentes eventos tales como inundaciones, sequias, tsunamis y otros desastres naturales. Lamentablemente, la construcción de una mayor resiliencia suele estar precedida por reiteradas crisis. ¿Será posible entonces empezar a bailar un tango con un “toquecito” sueco? Hans Rosling nos diría que sí en los siguientes términos: “No soy un optimista. Soy un serio posibilista. Esta es una nueva categoría donde dejamos las emociones aparte y trabajamos analíticamente con los datos que nos proporciona el mundo.” Estoy seguro que la genialidad de Discépolo no hubiera desestimado tan buen argumento.


Fuente: Ciudades Sustentables (BID)
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