En diciembre, cuando en la Argentina el nuevo presidente electo esté haciendo los primeros anuncios, en París estará sesionando la 21» Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, también llamada Cumbre Mundial del Clima o COP21. La sucesión de años con registros extraordinarios de temperatura y eventos climáticos extremos, la encíclica ambiental del papa Francisco y otros factores nos acercarán a una realidad que los argentinos solamente percibimos ante inundaciones, calores severos o grandes incendios.
Todo indica que en París habrá un paso muy positivo. La Unión Europea anunciará formalmente la reducción de sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) para 2030 en un 40% respecto de 1990. El anuncio de los EE.UU. será de una reducción de 26 o 28% para 2025, respecto de sus niveles en 2005. China ya avisó que a partir de 2030 sus emisiones empezarán a disminuir. Cuantificará sus metas en algún momento, aunque no lo haga del mismo modo que Europa o los EE.UU. Es un compromiso que debe ser interpretado a la luz no solamente de los esfuerzos diplomáticos de Barack Obama, sino también de la decisión china de liderar los nuevos mercados de las tecnologías limpias. Recordemos, por ejemplo, que los paneles solares que generaban energía desde el techo del estadio brasileño en la final de la Copa del Mundo eran de la empresa china Yingli Solar, la mayor del mundo.
Por primera vez no habrá ausentes importantes en la lista de países que causan los dos tercios de las emisiones actuales. Un mayor impulso a las energías limpias, a la eficiencia energética, al transporte eléctrico y a hidrógeno, y en general al mejor manejo de recursos va a formar parte de las negociaciones, lo que va a generar más espacio para nuevas inversiones en los países que se animen a avanzar en esta dirección.
Nuestro país viene perdiendo este tren. En la Argentina se preveía alcanzar para el año pasado una proporción del 6% de nuestra matriz energética con fuentes alternativas, pero el sol, el viento y otras fuentes hoy cubren solamente el 0,8%. Recientemente, el Gobierno anunció el objetivo de llegar al 8% en 2030. Una reforma propuesta de la ley de energías renovables puede mejorar las condiciones del sector para llegar a un 8% mucho antes, pero está a punto de perder estado parlamentario. Mientras tanto, no estamos haciendo bien nuestra parte. Un argentino promedio hoy contamina más con CO2 (un indicador universal de las emisiones que provocan el cambio climático) per cápita que un chino, un español o un francés. El nuevo gobierno tendrá la oportunidad de lograr inversiones para "descarbonizarnos". Claro que para eso habrá que mostrar planes innovadores y a la vez creíbles.
Los científicos han dejado en claro que con estas metas no va a alcanzar para mantener a raya el aumento de temperatura media global en 2° C. Dicen que si el planeta se calienta más que eso, las consecuencias serán más graves y nítidas para el agro, la industria y las poblaciones vulnerables. Por eso hay indicios de que en París se discutirán dos nuevos mecanismos para complementar el esfuerzo. Uno operaría fuera de la órbita de las Naciones Unidas: la reducción de emisiones por parte de actores que no pueden ser Estados miembros: las ciudades, los gobiernos regionales locales y las empresas.
A la hora de adoptar medidas de adaptación y mitigación del cambio climático, las ciudades están actuando más rápido que los Estados nacionales. Desde los primeros pasos que dieron hace décadas Curitiba con el metrobús y la peatonalización del centro o Amsterdam con la bicicleta como medio de transporte público, ha corrido mucha agua. Hoy son las megaciudades las que atraen la atención de los inversores que buscan bajar emisiones de carbono. De Nueva York a Estambul, de Ciudad de México a Tokio, Londres, Río y Buenos Aires, los jefes de gobierno locales saben que adaptarse y mitigar el cambio climático implica no sólo proteger mejor a sus poblaciones, sino también abrir la oportunidad a esas inversiones. Por eso, alianzas ambientales como la de Buenos Aires, Ciudad de México y San Pablo pueden abrirse camino. Las redes de ciudades y gobiernos locales como C40, CGLU y Metrópolis se activan cada vez más y van a jugar un papel de peso creciente a partir de la COP de París.
En el sector empresario la transición es más lenta, pero hay indicios de que algunos líderes ya perciben futuros negocios dentro de una matriz productiva más limpia. Un ejemplo: en el mundo, las energías renovables (sin contar la megahidráulica, es decir, la proveniente de grandes represas) dan hoy empleo a 7,7 millones de personas, pero en el último año a esa cifra ya se agregó más de un millón de personas. Juan José Aranguren, quien fue hasta hace poco el CEO de Shell en la Argentina, ahora recomienda impulsar la energía del viento patagónico en vez de seguir subsidiando con tanto esfuerzo la extracción petrolera. Aranguren no es un ambientalista, por cierto. Sabe que los nuevos negocios empiezan a correr por este lado y que es necesario empezar una transición.
Las negociaciones en París, previsiblemente, se van a trabar a la hora de discutir cómo se financiará la adaptación de los países pobres a los crecientes impactos del cambio climático, así como su transición hacia las energías limpias. Hace poco las naciones más ricas acordaron aportar con ese fin una ayuda financiera de unos 20 mil a 30 mil millones de dólares. La plata grande vendría para 2020, con un flujo anual de unos 100 mil millones. Pero esos países dejarán en claro que no piensan pagar la cuenta por sí solos. Para alcanzar tales cifras, muchos de ellos piensan que los organismos multilaterales como el Banco Mundial y las grandes empresas multinacionales que generan emisiones deberían hacer aportes importantes.
Llegar en diciembre a un acuerdo ambiental, social y económicamente sustentable "sería un milagro", admitió François Hollande, el anfitrión de la cumbre. París no será, probablemente, una fiesta. Pero allí pasarán muchas cosas que van a moldear nuestras próximas décadas.
Presidente de Innovamb-Consultores ambientales. Fue directivo de ONG ambientales y presidió la Agencia de Protección Ambiental de la Ciudad de Buenos Aires.
Fuente: La Nación
Todo indica que en París habrá un paso muy positivo. La Unión Europea anunciará formalmente la reducción de sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) para 2030 en un 40% respecto de 1990. El anuncio de los EE.UU. será de una reducción de 26 o 28% para 2025, respecto de sus niveles en 2005. China ya avisó que a partir de 2030 sus emisiones empezarán a disminuir. Cuantificará sus metas en algún momento, aunque no lo haga del mismo modo que Europa o los EE.UU. Es un compromiso que debe ser interpretado a la luz no solamente de los esfuerzos diplomáticos de Barack Obama, sino también de la decisión china de liderar los nuevos mercados de las tecnologías limpias. Recordemos, por ejemplo, que los paneles solares que generaban energía desde el techo del estadio brasileño en la final de la Copa del Mundo eran de la empresa china Yingli Solar, la mayor del mundo.
Por primera vez no habrá ausentes importantes en la lista de países que causan los dos tercios de las emisiones actuales. Un mayor impulso a las energías limpias, a la eficiencia energética, al transporte eléctrico y a hidrógeno, y en general al mejor manejo de recursos va a formar parte de las negociaciones, lo que va a generar más espacio para nuevas inversiones en los países que se animen a avanzar en esta dirección.
Nuestro país viene perdiendo este tren. En la Argentina se preveía alcanzar para el año pasado una proporción del 6% de nuestra matriz energética con fuentes alternativas, pero el sol, el viento y otras fuentes hoy cubren solamente el 0,8%. Recientemente, el Gobierno anunció el objetivo de llegar al 8% en 2030. Una reforma propuesta de la ley de energías renovables puede mejorar las condiciones del sector para llegar a un 8% mucho antes, pero está a punto de perder estado parlamentario. Mientras tanto, no estamos haciendo bien nuestra parte. Un argentino promedio hoy contamina más con CO2 (un indicador universal de las emisiones que provocan el cambio climático) per cápita que un chino, un español o un francés. El nuevo gobierno tendrá la oportunidad de lograr inversiones para "descarbonizarnos". Claro que para eso habrá que mostrar planes innovadores y a la vez creíbles.
Los científicos han dejado en claro que con estas metas no va a alcanzar para mantener a raya el aumento de temperatura media global en 2° C. Dicen que si el planeta se calienta más que eso, las consecuencias serán más graves y nítidas para el agro, la industria y las poblaciones vulnerables. Por eso hay indicios de que en París se discutirán dos nuevos mecanismos para complementar el esfuerzo. Uno operaría fuera de la órbita de las Naciones Unidas: la reducción de emisiones por parte de actores que no pueden ser Estados miembros: las ciudades, los gobiernos regionales locales y las empresas.
A la hora de adoptar medidas de adaptación y mitigación del cambio climático, las ciudades están actuando más rápido que los Estados nacionales. Desde los primeros pasos que dieron hace décadas Curitiba con el metrobús y la peatonalización del centro o Amsterdam con la bicicleta como medio de transporte público, ha corrido mucha agua. Hoy son las megaciudades las que atraen la atención de los inversores que buscan bajar emisiones de carbono. De Nueva York a Estambul, de Ciudad de México a Tokio, Londres, Río y Buenos Aires, los jefes de gobierno locales saben que adaptarse y mitigar el cambio climático implica no sólo proteger mejor a sus poblaciones, sino también abrir la oportunidad a esas inversiones. Por eso, alianzas ambientales como la de Buenos Aires, Ciudad de México y San Pablo pueden abrirse camino. Las redes de ciudades y gobiernos locales como C40, CGLU y Metrópolis se activan cada vez más y van a jugar un papel de peso creciente a partir de la COP de París.
En el sector empresario la transición es más lenta, pero hay indicios de que algunos líderes ya perciben futuros negocios dentro de una matriz productiva más limpia. Un ejemplo: en el mundo, las energías renovables (sin contar la megahidráulica, es decir, la proveniente de grandes represas) dan hoy empleo a 7,7 millones de personas, pero en el último año a esa cifra ya se agregó más de un millón de personas. Juan José Aranguren, quien fue hasta hace poco el CEO de Shell en la Argentina, ahora recomienda impulsar la energía del viento patagónico en vez de seguir subsidiando con tanto esfuerzo la extracción petrolera. Aranguren no es un ambientalista, por cierto. Sabe que los nuevos negocios empiezan a correr por este lado y que es necesario empezar una transición.
Las negociaciones en París, previsiblemente, se van a trabar a la hora de discutir cómo se financiará la adaptación de los países pobres a los crecientes impactos del cambio climático, así como su transición hacia las energías limpias. Hace poco las naciones más ricas acordaron aportar con ese fin una ayuda financiera de unos 20 mil a 30 mil millones de dólares. La plata grande vendría para 2020, con un flujo anual de unos 100 mil millones. Pero esos países dejarán en claro que no piensan pagar la cuenta por sí solos. Para alcanzar tales cifras, muchos de ellos piensan que los organismos multilaterales como el Banco Mundial y las grandes empresas multinacionales que generan emisiones deberían hacer aportes importantes.
Llegar en diciembre a un acuerdo ambiental, social y económicamente sustentable "sería un milagro", admitió François Hollande, el anfitrión de la cumbre. París no será, probablemente, una fiesta. Pero allí pasarán muchas cosas que van a moldear nuestras próximas décadas.
Por Javier Corcuera
Presidente de Innovamb-Consultores ambientales. Fue directivo de ONG ambientales y presidió la Agencia de Protección Ambiental de la Ciudad de Buenos Aires.
Fuente: La Nación