La incómoda verdad acerca de las ciudades

Vistas con sus luces titilantes desde un vuelo nocturno, o juzgadas por sus múltiples atractivos, las grandes ciudades son las gemas de la civilización. No es casual que desde la primera década del siglo más de la mitad de la humanidad viva en ciudades (en la Argentina, más del 90% de la población).

Pero mientras se prepara la nueva cumbre de París para atemperar el cambio climático, no escapa a los especialistas que las megaúrbes cumplen un papel protagónico en este drama contemporáneo. Según un artículo que se publicó esta semana en Nature, éstas emiten más del 70% del dióxido de carbono, el principal motor del efecto invernadero. "Si las 50 ciudades más grandes fueran contadas como un país -escriben Kevin Gurney y colegas-, esa «nación» ocuparía el tercer lugar en las emisiones detrás de China y los Estados Unidos." Pensemos qué puede ocurrir si, como se calcula, las áreas urbanas se triplican hacia 2030.

Por eso, muchos de estos centros neurálgicos en los que transcurre la vida de miles de millones de personas están intentando reducir su huella en el descalabro climático. Shenzhen, en China, por ejemplo, aspira a poner 35.000 vehículos eléctricos en las calles para fines de este año. Munich, en Alemania, quiere autoabastecerse con energía verde para 2025. Los Angeles, en California, intentará llevar sus emisiones a un 35% por debajo de los niveles de 1990 en 15 años. Un estudio de 2014 identificó 228 ciudades -unos 500 millones de personas- que se propusieron metas similares para 2020, pero esto equivaldría a alrededor del 3% de las emisiones urbanas globales y menos del 1% de las emisiones totales proyectadas para ese año.

Y esto no es todo. Esos territorios donde a veces tenemos un supermercado casi en cada cuadra, disponemos de gastronomía de cualquier punto del globo, plazas, museos y espectáculos, también son productores de toneladas y toneladas de desechos. A lo largo de décadas, parte de ellos fueron a parar a los mares y hasta se acumularon en medio del Pacífico, en una gran área de desperdicios flotantes de plásticos no biodegradables. Según un informe del Worldwatch Institute, en ciertas áreas, éstos se acumularon "exitosamente" hasta llegar a superar 6 a 1 al plancton marino.

En materia de alimentos, cálculos de la FAO indican que los países industrializados desechan 222 millones de toneladas por año. Sin entrar en consideraciones éticas (según afirma Tristram Stuart en el Estado del Mundo 2011, de Worldwatch, los alrededor de 40 millones de toneladas de comida desperdiciada anualmente en los Estados Unidos son suficientes para paliar el hambre de casi mil millones de personas mal nutridas), cuando esos alimentos van a parar a los rellenos sanitarios, se pudren y liberan metano, un gas de invernadero con 21 veces más potencial de calentamiento que el dióxido de carbono.

Los "desechos municipales sólidos" no sólo incluyen las sobras del menú. También material orgánico, papel, plástico, vidrio, metales y otras materias descartadas de hogares, oficinas e instituciones. En el top ten de los países que los generan están incluso algunos como Brasil, China, India y México, en parte por el tamaño de sus poblaciones urbanas, y en parte porque la mejora económica promueve patrones de consumo y descarte. El volumen de este rubro también podría duplicarse en 2025.

Es cierto que hay indicios alentadores. Por ejemplo, ciertos países obtuvieron logros importantes con el reciclaje. La Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos estima que reciclando ocho millones de toneladas de metales eliminaron más de 26 millones de toneladas de gases de efecto invernadero, más o menos lo mismo que si hubieran eliminado más de cinco millones de autos de las rutas durante un año. En Japón, el material total enviado a los rellenos sanitarios se redujo a un quinto, gracias a este método, entre 1990 y 2015.

Permítanme una figura lingüística desafortunada, pero habrá que "ponerse las pilas" (que también son contaminantes). Todo indica que de esto no nos salva un Houdini. Más bien, habrá que cruzar los dedos para que surja un héroe del reciclaje (mezcla de Bill Gates y Stephen Jobs) capaz de convertir los tachos de basura en una mina de oro... o, mejor, en un futuro alentador para los que vendrán después de nosotros.

Fuente: La Nación
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